Patinando por un reto


Hoy os traemos un reto muy especial. Ella es Peter Patina, guerrera running Canarias, residente de la Isla, amante del deporte y en especial del patinaje. Hace un tiempo le diagnosticaron periostitis crónica, La periostitis es la inflamación de la capa más superficial del hueso (como la “piel” del hueso). Esta lesión es típica de los corredores, principalmente de fondo. Los factores que predisponen a sufrirla son: aumentos bruscos del volumen o intensidad de entrenamiento, mala amortiguación en el calzado, correr por superficies duras, pronación excesiva de la pisada... Esta lesión hace que se inflame la membraba que recubre el hueso (especialmente la tibia anterior), produciendo grandes molestias en la pisada. 

Los médicos le dijerón que no volviería a practicar deporte y la apartarón de la competición,  pero su fuerza, ímpetu y entusiasmo, demostró que estaban equivocados.

A conseguido recorrer la Gran Canarias patinando sin parar por un reto solidario.
Te cuento su historia

                                   Peter Patina con Lorena (Capitana de Guerreras Running Canarias)

Todo comenzó a principios de verano. Casi simultáneamente a conocer la fundación “Niños Con Cáncer Pequeño Valiente” y su extraordinaria labor mejorando la vida de esos pequeños luchadores, conocí a la organización “Un KmUna Sonrisa”, plataforma de deportistas solidarios. Entonces lo vi claro: tenía que proponer un reto y conseguir colaborar con ellos. Así surge “Gran Canaria sobre Patines”.



Salí a las 9:00 de la mañana del intercambiador Santa Catalina. Con el apoyo de mi pareja como despedida y los taxistas que esperaban a los turistas incrédulos de mi hazaña y emprendí el reto. La primera media hora fue sencilla, carril bici y alguna acera. Pero pronto comenzó la subida. A lo lejos se veía más y más asfalto empinado. Al lateral se alzaba una gran colina y empezaba a mentalizarme que tendría que coronarla. Gran parte de los 65 km no los pude realizar deslizándome, si no que más bien caminaba clavando las ruedas lateralmente contra el suelo. El cuerpo comenzó a recalentarse debido al esfuerzo y el tremendo sol, y la subida me produjo rozaduras y ampollas que ni siquiera las vendas me podían proteger de ellas. Cuando llegué a lo alto de la colina descubrí unas vistas espectaculares, el mar bordeaba el horizonte y a mis pies ya tenía unos cuantos km recorridos. Cuando el terreno se aplanó, no fue más fácil si no al contrario. Hasta el punto en que el estado de la carretera me impidió continuar patinando y tuve que caminar, patines en mano, durante  un tramo. 
































Al fin llegó la primera bajada, hacía mucho que no disfrutaba igual. Fui cogiendo velocidad y dejándome llevar carretera abajo. Lo siguiente fue un paisaje precioso al otro lado de la colina. Recuerdo olor a pino, eucalipto, verde, mucho mucho verde. Apenas pasaban coches y podía ir a buen ritmo alternando pequeñas subidas y bajadas. Estaba feliz de haber llegado hasta allí, de haber podido realizar el ascenso. Pensaba que el resto del camino ya sería más llano. Me equivocaba. Al girar, descubrí que tocaba bajar gran parte de la colina. Me preparé para disfrutar, me coloque en posición de seguridad ya que la pendiente era grande y me lancé. Los problemas aparecieron cuando además de sortear las numerosas ramas caídas de los arboles descubrí que el aslfalto estaba en muy mal estado. Demasiado tarde para frenar, demasiado rápido para controlarlo todo. Tocaba respirar, confiar en mis patines y concentrarme en llegar al final. Y así fue, terminé el descenso con la adrenalina por las nubes. 


Tras un par de km por carretera vislumbré a lo lejos, en alto, unos bloques de edificios y pensé: ojala Telde no este allí arriba. Efectivamente, tocaba volver a subir. Por el camino el tiempo cambió radicalmente, comenzando a chispear. Pero al fin, casi dos horas más tarde de lo previsto llegaba a ese precioso pueblo que me recibía con calles empedradas antiguas y balcones de madera. Sin lugar a dudas, fue uno de los mejores momentos. Tras perderme atravesando la ciudad y permitirme un descanso de 20 minutos reponiendo fuerzas, encontré la carretera que me llevaba a la siguiente etapa. Fueron varios km en una carretera desierta, sin coches, sin lugares de descanso, sin apoyo...llanuras secas en las que comenzó a llover y el viento me golpeaba de frente. Dudé. Pensé en rendirme, las piernas ya no me daban más. Entonces recordé porqué lo hacía, me imaginé entregándoles un buen cheque a la fundación gracias a mi esfuerzo, pensé en esos pequeños luchadores que la casualidad, la mala, hace que pasen parte de su infancia en el hospital. Niños que no tienen la suerte de poder disfrutar del aire libre y patinar como yo había hecho toda mi vida. Niños, que a pesar de todo, luchan con una gran sonrisa sin temer ya a nada. Y entre medias, como pasa siempre en la vida, giré en una curva y todo cambió. Ante mí volvía a aparecer el mar, abajo el aeropuerto marcaba la mitad del camino. Rompí a llorar de la emoción. Pude disfrutar de ver aterrizar  a un avión y yo, despegué. Pero seguía lloviendo y la bajada era tremenda, perdí el control de los patines debido a la lluvia y no podía frenarme, cada vez había más pendiente, así que tuve que tirarme al suelo. Con unas cuantas raspaduras,  seguí bajando con los patines en la mano. Pude llegar a tiempo al pueblo de Ojos de Garza y nada más entrar comenzó a llover torrencialmente. Estaba decepcionada, ¿podría seguir? Decidí esperar un poco, la lluvia pararía. Tenía que parar, tenía que conseguir mi reto. Lo haría pasase lo que pasase.


Tras media hora de descanso volví a ponerme en marcha, primero caminando hasta que el sol secó un poco el asfalto y después por fin en patines.Ya estaba en el último tramo y las piernas volvían a estar increíblemente al 100%. Tenía muchísimas fuerzas,  estaba desbocada. Agüimes, Arinaga, El doctoral,... todo pasó a mucha velocidad. Quería llegar antes de que la lluvia me lo volviese a impedir, quería conseguirlo más que nunca. Por mí, por ellos. Casi sin darme cuenta, ya estaba a la orilla del mar. El salitre llenaba mis pulmones de ilusión. Unos pocos km más y llegaría. Esquivaba turistas a toda velocidad con una sonrisa enorme en mi cara. Y al fin, apareció ante mí la playa del Ingles. Entre ahogos, estaba plena de alegría. Lo había conseguido tras 8 horas y media de travesía. Nada más gratificante que el gran abrazo de una amiga, de otra guerrera, que junto con su familia me ayudaba a reponerme. Agradecida, feliz, exhausta y mareada no dudé en entrar al mar, patines al alto. 




Peter al terminar su reto con la Capitana de Guerreras Running de Canarias Lorena.

Hace 22 años que patino. 5 años atrás me diagnosticaron la enfermedad de Blount y me apartaron de la competición. Hoy en día los patines se han convertido en mi modo de vida. Hoy sé que con ellos puedo llegar hasta donde me proponga.

Puedes seguirla en Facebook y su escuela de patinaje AQUI


Información sobre el reto y donaciones: http://www.1km1sonrisa.org/ficha-reto?idix=1786





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